Fallece Omar Hernández, formador incansable de artistas

La comunidad artística y educativa de Izúcar de Matamoros y Chiautla de Tapia se encuentra de luto tras el fallecimiento del maestro de música Omar Hernández López, quien por más de dos décadas dedicó su vida a la formación musical y al impulso del arte en la región. La noticia fue confirmada por autoridades del municipio de Izúcar este martes por la mañana.

El maestro Omar, como era ampliamente conocido, murió a los 48 años en su domicilio del barrio de Santa Catarina. Su nombre quedó estrechamente vinculado al Centro de Expresión y Apreciación Artísticas de Izúcar, una iniciativa comunitaria que dirigió desde sus orígenes, impulsando el aprendizaje del canto, el piano y otras disciplinas musicales con entrega y convicción.

Hernández López fue un formador nato. Desde su adolescencia ya impartía clases en la secundaria, y aunque nunca se planteó ser maestro desde el principio, encontró en la docencia musical su camino. “Parece ser que eso es lo que mejor hacía yo”, compartía en vida durante una de sus entrevistas. Su historia comenzó con un accidente feliz: a los ocho años, escuchó música clásica en la radio. Ese momento encendió una chispa que nunca se apagó.

Sus primeros pasos formativos fueron con el organista José Jiménez Méndez, con quien estudió hasta los 17 años. Más tarde, la pianista Julita Rojas Ángeles le dio las bases sólidas del piano clásico. Su vida estuvo marcada por la constante búsqueda de conocimiento y su profundo respeto por la música como medio de expresión y transformación.

Además de fundar y liderar el Centro de Expresión y Apreciación Artísticas, Omar Hernández también fue parte de instituciones como la Unidad Escolar Particular “Miguel Cástulo de Alatriste”, y participó activamente en tareas religiosas y comunitarias. En la Iglesia Metodista, donde fue formado, llegó a ocupar cargos como presidente de la liga de jóvenes y delegado a conferencias anuales a nivel regional.

En uno de sus relatos, expresó su desencanto ante la falta de apoyo institucional hacia las artes, lo cual motivó su salida de la Casa de la Cultura junto con otros talleristas. Esta ruptura derivó en la creación del centro que encabezó hasta sus últimos días. Aunque soñaba con la construcción de un auditorio propio para su academia, ese anhelo no llegó a concretarse del todo.

Omar fue crítico de la evolución cultural actual, pero también comprensivo. Aceptaba que los tiempos cambian y que las nuevas generaciones buscan otros caminos musicales. Sin embargo, defendía la idea de que todas las expresiones artísticas merecen un espacio, más allá de las modas o los prejuicios. Para él, enseñar música no era solo una vocación, era también una forma de resistencia ante el olvido cultural.

En sus clases, podía encontrarse a niños, adolescentes y adultos mayores por igual. Entre sus alumnos había maestros jubilados que encontraban en el canto una nueva forma de vivir la música. Siempre fue claro en su objetivo: formar técnicamente a sus alumnos como si estudiaran una carrera formal, sin importar su edad o condición social.

La Academia de Artes Itzocan, una de las instituciones que más cercana estuvo a su labor, emitió un mensaje lamentando su partida: “Dejó una huella imborrable en nuestra comunidad. Su dedicación, pasión y talento sentaron las bases para el desarrollo musical en nuestra región.”

Hoy, su ausencia deja un vacío profundo en el entorno artístico local. Pero el eco de sus enseñanzas, la pasión que imprimió en cada nota, y los cientos de alumnos que tocó con su guía, garantizan que su legado seguirá vivo.

En un municipio donde las políticas públicas han dejado rezagado al arte, Omar Hernández López fue más que un maestro: fue un sembrador de esperanzas sonoras, un puente entre generaciones y un defensor incansable de la música como herramienta de vida.

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Redacción General
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