Juan Rubio / Información estatal.
Cada 30 de abril, dos tradiciones arraigadas en Puebla despliegan su mística: en Tepeaca de Herrera, el fervor por el Niño Doctor moviliza a miles, mientras en Huehuetlán el Grande, el Santo Niño de la Candelaria congrega a familias en una celebración que entrelaza fe e infancia.
En Tepeaca de Herrera, el ritual comienza días antes. Locales y migrantes radicados en Estados Unidos instalan puestos de venta, acondicionan viviendas como hospedajes y preparan servicios para recibir a peregrinos. El día central, el pueblo se transforma en un mosaico de ofertas: desde alimentos típicos hasta artesanías, mientras calles y predios se adaptan para estacionamientos y alojamientos temporales. La devoción al Niño Doctor, símbolo de sanación y esperanza, atrae a visitantes de múltiples regiones, consolidando un intercambio cultural y económico único.
A 90 kilómetros de allí, en Huehuetlán el Grande, la celebración del Día del Niño se fusiona con la veneración al Santo Niño de la Candelaria. Actividades comunitarias, como misas y procesiones, destacan los “milagros” atribuidos a la imagen religiosa. Simultáneamente, se organizan juegos, talleres y eventos dedicados a los menores, reforzando identidad y solidaridad intergeneracional. “Es un día para agradecer y compartir. El Santo Niño nos une”, comenta María González, habitante de la localidad.
Ambas festividades, aunque distantes geográficamente, reflejan un mismo pulso: la capacidad de las tradiciones para tejer redes sociales, sostener economías locales y mantener viva la fe. En un mundo acelerado, Puebla insiste en recordar que, a veces, detenerse para honrar lo sagrado —ya sea un símbolo religioso o la infancia— es la forma más profunda de avanzar.