Entrevista: Karen Rojas / Angeles García
Izúcar de Matamoros, Pue.
En la esquina donde se levanta el histórico edificio de Correos de México en Izúcar de Matamoros, la figura de un hombre delgado, de sombrero y mirada serena, se ha vuelto parte inseparable del paisaje urbano.

Se trata de Don Emiliano Romero, a quien todos en Izúcar conocen como el señor de Correos, un vendedor de pepinos picados que, a sus 94 años, continúa aferrado a la rutina de trabajo que lo ha acompañado durante décadas.
Nacido en Tehuitzingo, al sur de Puebla, Don Emiliano creció en una tierra de sol abrasador y escasas oportunidades agrícolas. “El campo no dejaba nada, uno trabajaba de lunes a sábado y apenas rayaban”, recuerda.

Esa falta de sustento lo obligó a migrar a Izúcar a los 15 años, donde comenzó como jornalero. Sin embargo, la tragedia marcó su camino: la pérdida de dos de sus hijos por falta de recursos lo empujó a buscar un nuevo destino. Fue entonces cuando decidió convertirse en comerciante de frutas preparadas: pepinos y jícamas bañados en limón, chile y sal.
“Antes la gente hacía fila para comprar”, dice con una sonrisa, evocando aquellos años en que el bullicio rodeaba su pequeño puesto. Hoy, reconoce que su cuerpo ya no tiene la misma fuerza: “Ahorita no aguanto ni una caja de pepinos”. Aun así, la disciplina no lo abandona. Se levanta cada mañana a las seis, prepara su canasta y camina hasta su esquina de siempre, donde espera paciente a que alguien le compre una o dos bolsitas en todo el día.

Su jornada termina a las cuatro de la tarde, cuando regresa al hogar que comparte con su hija. La soledad también lo acompaña, pues hace seis años perdió a su esposa, compañera de toda una vida.
Aunque nunca fue a la escuela, Don Emiliano afirma que la vida le ha dado aprendizajes que valen tanto como los libros. Se queja, no sin cierto humor, de que los jóvenes ya no aceptan consejos: “A veces les digo burros, sobre todo cuando estacionan sus motos donde no deben”, comenta entre risas.

En medio de su rutina austera, la fe se mantiene como su refugio. “Dios me ha visto con ojos de misericordia”, asegura. Agradece no haber enfrentado enfermedades graves y confiesa que, mientras las fuerzas lo acompañen, seguirá levantando su canasta para vender pepinos.
En Don Emiliano se resume la historia de muchos mexicanos: la lucha contra la adversidad, la dignidad del trabajo diario y la persistencia de los pequeños gestos que construyen comunidad. Su presencia en la esquina de Correos es más que un recuerdo vivo: es un símbolo de constancia que ha sabido resistir el paso del tiempo.