**Entre maderitas y k-dramas del mundo virtual: la lucha por la atención infantil**


Juan Rubio
Ángeles García
Mafer Muval
Izúcar de Matamoros, Pue.
Las manos de la artesana Mariana Vargas Martínez, tallan madera con la misma destreza con la que generaciones anteriores en su familia lo han hecho desde siempre.
Desde su tierra natal, hasta las ferias regionales como la de Santiago Apóstol en Izúcar de Matamoros, Mariana recorre caminos no sólo para vender sus juguetes de madera y utensilios tallados a mano, sino también para mantener viva una tradición que lentamente parece desdibujarse frente al brillo de pantallas, peluches de anime y objetos de moda coreana.
Mientras la pandemia aceleró la digitalización y profundizó el consumo de entretenimiento asiático, miles de niñas y niños dejaron atrás el trompo, el yoyo y el carrito de madera, para sumergirse en mundos virtuales, k-dramas, videojuegos móviles y series animadas japonesas.
La transformación ha sido tan profunda, que incluso en ferias patronales los puestos artesanales luchan por mantenerse visibles, frente a coloridos negocios con mercancía de personajes coreanos o japoneses: figuras, ropa temática, posters, peluches y hasta snacks importados.
“Ya no conocen nuestros juguetes”, expresó Mariana con una mezcla de resignación y orgullo. “Algunos niños nos dicen que prefieren el celular”. La frase, que podría parecer anecdótica, es en realidad un síntoma de una profunda transformación cultural.
Mientras algunos padres nostálgicos compran aún sus productos “para que no se pierda” la tradición, el flujo de compradores es menor. Lo artesanal, aunque económico, pasa desapercibido frente a lo llamativo, lo plástico y global.
La cultura global en la feria local
Durante el recorrido por la feria en honor a Santiago Apóstol, en Izúcar de Matamoros, se evidencian dos mundos: el de las raíces, con juguetes hechos a mano, molinillos para chocolate y utensilios de cocina tallados; y el del consumo global, dominado por la estética asiática.
En los últimos años, los productos relacionados con el anime, el K-pop y los dramas coreanos, han conquistado al público joven mexicano, especialmente después del confinamiento por Covid-19, cuando plataformas como Netflix, Crunchyroll o YouTube, facilitaron su masificación.
No es la primera vez que la cultura asiática penetra en México. Desde el siglo XVI, cuando comerciantes japoneses y chinos llegaron a las costas del Pacífico, elementos de su cultura se integraron en la vida mexicana: desde la gastronomía (como la soya y el sushi), hasta la adopción de palabras como “karaoke” y prácticas como el budismo.
Lo que hoy ocurre no es una novedad, pero sí un fenómeno amplificado por la tecnología y la conectividad.
Lo nuevo es la rapidez con que los gustos cambian, y cómo las identidades juveniles se moldean más por el algoritmo que por la tradición oral o el ejemplo familiar. El resultado es un entorno donde lo hecho a mano, pese a su valor artístico y cultural, tiene cada vez menos lugar en la vida diaria de las nuevas generaciones.
Tradición en resistencia
Pese al panorama, Mariana y su familia no se detienen. Conformada por hermanos, esposo e hijos, su red artesanal mantiene viva una costumbre que es, además de sustento económico, herencia cultural.
Cada juguete no sólo entretiene: estimula la motricidad, la creatividad y la imaginación. Cada pieza tallada a mano es también una protesta silenciosa, ante la uniformidad industrial de lo globalizado.
“No sólo vendemos; enseñamos lo que es nuestro”, aseguró Mariana. “Aunque muchas veces las ventas bajan y el público parece voltear hacia lo importado, hay familias que regresan cada año por sus productos. Son esos compradores fieles los que permiten que el taller continúe, y que la tradición respire un poco más” puntualizó la artesana.

