
En una visita a un Pueblo Mágico del estado de Puebla me llamó la atención que en menos de una hora, pasaron por donde yo estaba tres mujeres ancianas; una, pidiendo limosna; otra vendiendo servilletas, y otra más vendiendo semillas de calabaza tostadas.
La que pedía limosna, menuda de estatura, falda larga, huipil gastado, descalza y con un trapo -a manera de paliacate- atado en su cabeza, extendía la mano sin decir una palabra, pero con una mirada de abandono y resignación que mostraba los años de soledad, angustia y hambre que vivía. Pasaba de los 80 años.
La que vendía semillas portaba un rebozo gris, gastado por los años, de su brazo izquierdo colgaba una canasta con su escasa mercancía y a cada transeúnte le suplicaba, le insistía en comprar una bolsita de semillas.
Pero la que más me impactó fue la anciana de las servilletas. Arrastraba los pies sostenida por un improvisado bastón, con su mano izquierda jalaba una bolsa con sus servilletas bordadas. Por su edad, la dificultad de sus movimientos, sus vista cansada, era claro que ella no bordaba las servilletas, alguien la enviaba a vender, a pesar de su edad y sus achaques.
Tres mujeres, tres ancianas rallando los 90 años, tres personas que hacían frente a sus discapacidades, a sus dolencias para ganarse el pan de cada día. Tres personas de la tercera edad que, sobre todo, gritaban con su sola presencia el abandono en que viven.
Fueron tres ancianas abandonadas y, quizá hasta explotadas, que pasaron frente a mí; pero, ¿cuántas más, y cuántos ancianos más habrá en ese Pueblo Mágico, cuya magia no ha podido llegar a esas personas?
Y siguen las preguntas:
¿Tendrán hijos? ¿En dónde estarán?
¿Vivirán solas? ¿En dónde?
¿Alguien las enviará a pedir limosna o a vender?
Si se enferman, ¿quién verá por ellas?
Y así podrían seguir las preguntas hasta darnos cuenta de que vivimos en una sociedad del descarte, como bien lo expresó en su momento el papa Francisco; una sociedad en donde el anciano es un estorbo, es improductivo, es una carga que hay que desechar, que abandonar o encerrar en un asilo, y si el asilo es gratuito, mucho mejor.
Del aprecio al desprecio
En todas las civilizaciones, los ancianos representaron la sabiduría y la prudencia que dan los muchos años de vida. En nuestro país, los pueblos originarios respetan a las personas de mayor edad; en algunas comunidades aún existen los consejos de ancianos, a quienes se consulta antes de tomar decisiones.
En las familias, sobre todo indígenas y campesinas, a los ancianos se les considera cabezas de familia; son el centro del aprecio y de la atención. Son las personas cuyos consejos son valiosos, a quienes se pide la bendición al despedirse, porque hay que llevar la bendición del abuelo, de la abuela, porque es la bendición de Dios.
Sin embargo, la sociedad ha cambiado. El capitalismo ha desplazado al humanismo; la eficiencia es más importante que la sabiduría, es tiempo de acción y no de reflexión, tiempo de productividad y competitividad; y el anciano no es productivo, no es competente.
Los valores se han invertido y en esta perversa trasposición si el anciano ya no produce ya no es relevante, ha pasado a ser un estorbo, forma parte de un sector de la población descartable.
Esta situación se ha agudizado con las políticas neoliberales, marcadas por la competitividad que despersonaliza al ser humano al convertirlo en un número. En la identificación oficial lo importante es el número de credencial; en la nómina del trabajo al obrero, al empleado se les identifica con un número; formamos parte de una clase socioeconómica medida en porcentajes.
En esta concepción del ser humano, es importante que el porcentaje de ancianos se reduzca, porque son una carga. No producen, pero cobran una pensión que daña la economía del Estado. Así se entiende que la oposición enoliberal rechace las pensiones de Bienestar para adultos mayores. ¿Quién no recuerda lo que dijo Vicente Fox -ejemplo del empresario y el político neoliberal- a propósito de estas pensiones? “¡A trabajar, huevones!”.
El abandono de los ancianos es una realidad que debe preocuparnos.
Datos recientes indican que en México, el 20 por ciento de personas de la tercera edad sufren abandono, viven en soledad, carentes de ingresos fijos y de servicios de salud. Este porcentaje aumenta con los datos de la Organización Mundial de la Salud que eleva el número de ancianos abandonados al 32 por ciento de América Latina.
Afores, las falsas pensiones
En el sistema capitalista, las pensiones han sido consideradas una carga para la economía y los neoliberales les encontraron una solución, bajo el criterio de que el pensionado es improductivo y no debe ser una carga para la economía. Así se crearon los Fondos de Retiro, administrados por el sector financiero privado, las Afores.
Las pensiones habían sido otorgadas de acuerdo al último salario del trabajador y comúnmente eran dinámicas, en decir, eran beneficiadas con los aumentos salariales.
Hoy el trabajador tiene un fondo personal de retiro y, al llegar a la edad de jubilación, recibirá la cantidad de dinero acumulada en su fondo de retiro, Esa será su jubilación.
¿Qué se espera con esto para cuando los que hoy son trabajadores activos, se retiren? Pobreza. Porque para la economía capitalista, los ancianos estorban.
