¿Quién decide quién es mujer?

Hace unos días, Reino Unido marcó un antes y un después en los derechos de la comunidad “trans”. La Corte Suprema dictaminó que la definición legal de “mujer” debe basarse únicamente en el sexo biológico asignado al nacer. Así, sin más, miles de mujeres “trans” han sido expulsadas legalmente del reconocimiento, la representación y la protección que merecen.

Este fallo no es sólo una sentencia fría: es un mensaje brutal para toda una comunidad que ha luchado por existir y ser reconocida. Es también una alerta para el mundo entero.

¿Quién decide quién es mujer? Esa es la pregunta que flota en el aire con un peso denso. No es nueva. Ha sido discutida por diccionarios, religiones, ideologías y gobiernos durante siglos. La Real Academia Española, por ejemplo, define a la mujer como “persona del sexo femenino”, perpetuando una visión estrictamente binaria.

En textos religiosos, como la Biblia, el relato de la creación refuerza que “la mujer fue hecha del hombre”, subordinándola incluso desde su origen. Culturas ancestrales y tradiciones sociales han tratado de dictar quién merece o no ese nombre, y casi siempre, la mujer “trans” ha sido apartada, borrada o ridiculizada.

Pero ¿y luego qué?, ¿Qué pasa con esas personas cuya experiencia vital no encaja en esos moldes? Las mujeres “trans” no son un capricho, no se levantaron un día queriendo “probar” otro género. Muchas han sentido desde la infancia que su cuerpo no refleja lo que son. No desde el morbo ni desde la confusión, sino desde la certeza profunda de que su identidad no se alinea con lo que se les impuso al nacer. Es su esencia, no una invención.

El fallo en Reino Unido no se queda al otro lado del charco. Vivimos en una era digital donde las fronteras se han difuminado. Las decisiones en Europa se convierten en banderas para grupos conservadores en América Latina. México no está exento de esta ola de retroceso. Ya hemos escuchado voces que se burlan, que insultan, que incluso dicen abiertamente que prefieren a asesinos antes que a una persona “trans” en su familia. ¿Nos damos cuenta de lo inhumano que es eso?

Y tú, lector, si no formas parte de ese odio, si no insultas, no violentas ni niegas la existencia de las personas “trans”, no eres parte del problema. Pero sí estás llamado a ser parte de la solución. Porque sí hay quienes aún creen que ser “trans” es una enfermedad, algo que se “cura”, algo “modificable” como una fase adolescente, no entienden que esta comunidad no surgió de TikTok o de una moda. Ha existido por siglos, solo que ahora, con más fuerza, pide el reconocimiento que siempre se le ha negado.

Lo que acaba de ocurrir en Reino Unido es mucho más que un tecnicismo legal. Es una puerta abierta a la discriminación sistemática. Implica que mujeres “trans” ya no podrán acceder a espacios seguros como baños, refugios o servicios médicos alineados con su identidad. Implica que serán forzadas a regresar a cuerpos, nombres, lugares y tratos que no les pertenecen. Implica que muchas perderán trabajos, cuidados, protección.

Algunos argumentarán que las diferencias corporales importan, que la fuerza, las hormonas, los cuerpos nos dividen. Y sí, hay discusiones complejas en áreas, como el deporte de élite o las prisiones. Pero nada de eso justifica negar la humanidad de alguien. Y aún menos justificar el odio y la exclusión generalizada.

Además, ¿cuántas personas “trans” pueden acceder a tratamientos, hormonas o cirugías? En un mundo donde la transición aún es costosa, peligrosa o inaccesible, reducir todo a lo biológico es cruel e injusto. Exige que quienes menos tienen, quienes más marginadas están, cumplan estándares imposibles para ser mínimamente aceptadas.

Necesitamos más que nunca cuestionarnos: ¿Desde dónde entendemos lo que significa ser mujer?, ¿Desde el cuerpo?, ¿Desde la ley?, ¿Desde la experiencia vivida? Las mujeres “trans” existen. No son un error. No son una amenaza. Son parte de nuestras comunidades, nuestras familias, nuestras historias.

Romper cadenas es también romper con las ideas fijas, con los prejuicios disfrazados de “sentido común”, con las leyes que buscan excluir bajo la bandera de proteger. Si no alzamos la voz ahora, otros países seguirán el mismo camino. México podría estar a una sentencia de distancia.

Hoy, más que nunca, defendamos la libertad de ser, de existir, de nombrarse. Y repitamos fuerte y claro: no hay una sola forma de ser mujer. Las mujeres “trans” son mujeres, y merecen vivir sin miedo.

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Ángeles García
Ángeles García

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