**Siete pioneras desafían estereotipos en el ingenio de la Mixteca poblana**
Juan Rubio
Chietla, Pue.
En Villa Atencingo, comunidad perteneciente al municipio de Chietla, el rugido de las máquinas del Ingenio de Atencingo se mezcla con voces que desafían lo establecido. En una industria históricamente dominada por hombres, siete mujeres han redefinido roles, derribado prejuicios y sembrado un legado de igualdad.
Sus historias, narradas en el Día Internacional de la Mujer, revelan no solo la dulzura del azúcar, sino la fuerza de quienes la producen. Desde mecánicas hasta ingenieras, estas trabajadoras demuestran que la capacidad no tiene género.
El Ingenio de Atencingo, fundado en 1926, es más que un símbolo económico para la región: es un campo de batalla contra la desigualdad. En sus más de nueve décadas de operación, la participación femenina fue marginal, hasta que mujeres como Epifanía Gutiérrez, de 58 años de edad, abrieron brecha.
Con 38 años en la empresa, Epifanía comenzó como química y hoy es “tachera”, la máxima categoría en el área de producción de azúcar. Además, como secretaria de acción femenil del sindicato, defiende los derechos laborales de sus compañeras. “Al principio, nadie creía que una mujer pudiera operar ‘tachos’ (evaporadores) de 80 grados Celsius. Ahora, mi trabajo inspira a otras”, afirmó.
Socorro Carrillo Olaya, mecánica instrumentista, ha reconfigurado equipos de calibración y desafiado miradas incrédulas. “En reparación, algunos decían: ‘¿Qué hace ella aquí?’. Hoy, soy electricista y engrasadora en la planta eléctrica”, explicó. Socorro enfatizó que su lucha no es solo técnica, sino cultural: “El sindicato solía ignorarnos. Ahora, cuando hablo, escuchan”. Su mensaje es claro: “No callen sus voces. La valentía se construye enfrentando obstáculos”.
En un entorno donde cargar sacos de cemento o manipular maquinaria pesada se consideraba “cosa de hombres”, Marta Flores González, de 49 años de edad, ha reescrito las reglas. Durante 24 años, ha trabajado como ayudante de albañil, transportando materiales y operando herramientas.
“Mi esposo también trabaja aquí. Al verme, algunos cuestionan: ‘¿Por qué no busca algo más ligero?’. Pero yo elegí demostrar que puedo”, manifestó. Su historia resuena entre los jóvenes, que hoy ven en ella un ejemplo de resistencia física y orgullo profesional.
El área de calidad del ingenio tiene un sello distintivo: la precisión de Itzel Casales Brito, ingeniera química. Con un laboratorio como trinchera, Itzel garantiza que el azúcar cumpla estándares internacionales. “Mi rol no es solo técnico. Es una forma de decir que las mujeres podemos liderar en STEM”, sostiene. Su presencia en un campo tradicionalmente masculino, ha impulsado a otras a estudiar carreras científicas. “Las niñas de Atencingo ya no sueñan solo con trabajar aquí; quieren dirigir”, añadió.
Rosa María Salinas Zabala, con 33 años en la industria, recuerda épocas en las que las mujeres ni siquiera podían acceder a puestos sindicales. “Negociar con directivos era una batalla. Me llamaban ‘emocional’ para desacreditarme”, expuso.
Sin embargo, mediante preparación constante —cursos en administración y derechos laborales—, Rosa ganó respeto. Hoy, como figura clave en el sindicato, ha logrado incrementar la contratación femenina en un 40% en la última década. “El cambio no fue rápido, pero fue justo”, subrayó.
Elizabeth Limón Villareal, Contadora Pública, ha dedicado 31 años al ingenio. Su mayor desafío no fue la discriminación, sino conciliar su carrera con la maternidad. “Extrañé actos escolares y cumpleaños, pero cada sacrificio fue por darles un futuro mejor”, expresó llena de júbilo.
Elizabeth, ahora abuela, ve con orgullo cómo su hija mayor estudia ingeniería. “Le repito: lucha con ética. El profesionalismo abre puertas”, manifestó. Su historia refleja una realidad para muchas: la doble jornada que exige romper techos de cristal.
María de Jesús Gallegos Lozano, ingeniera bioquímica, ha modernizado los procesos de fermentación en el ingenio. Con 21 años en el cargo, destacó que su mayor logro fue implementar técnicas sostenibles que redujeron el desperdicio de agua en un 30%.
“Al principio, mis colegas dudaban de mis métodos. Hoy, esos mismos métodos son estándar”, comentó. Para ella, el progreso implica mirar al futuro sin olvidar a quienes vienen detrás: “A las jóvenes les digo: no teman innovar. Ustedes son las siguientes transformadoras”.






